Te acabas de ir y ya te echo de menos. Acabo de encontrar
este papel marchito en uno de los cajones y, tras terminar esta nota, lo dejaré
bajo la almohada que tengo a mi lado, donde aún queda presente la huella de tu
cabeza, que reposaba hace unos minutos mirando hacia el techo mientras
desgranaba sus sueños para que yo los escuchara y los hiciera míos. Algo que no
entiendo, porque me acabas de conocer.
Ahora que te has ido, creo que comprendo por qué lo
hacías: Quizás estés harta de contarlos, siempre sin que te hagan caso, para
justificarte por haber caído en la tentaciones que te pedía tu cuerpo, para no
sentirte culpable por haber utilizado a otra persona para tu gozo egoísta,
porque crees siempre que cerrara la puerta de tu apartamento sin mirar la vista
atrás, porque para ella también ha sido un placer pasajero e intrascendente.
Pero me has dejado dormir sin despedirme antes. ¿Por qué?
¿Por qué te has fiado de mí en la primera cita? ¿Por qué crees que no levantaré
tus ropas en tus cajones en busca de dinero y joyas para robarte? ¿Qué te he
dicho para que confíes en mí, un desconocido hasta ayer noche, para pensar que
actuaré honradamente y abandonaré, con un portazo, tu piso, sin llevarme nada a
cambio en pago por tus increíbles orgasmos?
No sé si soy merecedor de tu confianza o si lo haces con
todos.
Lo que sí sé es que tú tampoco esperarás encontrar algo
como esta nota en tu cama.
Porque yo quiero confesarte que no me voy con cualquiera
a su dormitorio nada más conocerla. No soy de esos que tratan a la mujer como
un objeto de usar y tirar, te lo aseguro. Si he estado contigo es porque he
visto algo en ti que no he encontrado en ninguna. Y, sinceramente, creo que
pasaran muchos días hasta que descubra qué es. Porque te aseguro que no podré
echarte de mis pensamientos y estaré dándole vueltas a la cabeza para buscar el
modo de no perderte. Jamás.
Aún huelo tu presencia. Y no lo entiendo, porque recuerdo
perfectamente que, en la primera pausa de descanso de tu sexo febril, te dije
que me sorprendía que no olieras a nada. Que eras inodora en piel y cabello.
Que eras algo raro y extraordinario.
Y aún tengo tus pupilas marcadas a fuego en mis pupilas,
las de aquí dentro, las de mi cabeza, pues por mucho que aprieto los párpados
no logro borrar la imagen de tus ojos mirándome intensamente, sin pestañeos,
algo que yo no lograría sin que las lágrimas afloraran por el esfuerzo.
¿Qué me has hecho?
No serás bruja, ¿no? Y me echaste una pócima en el vino
tinto de bienvenida.
¿Qué me has hecho? ¿Por qué quiero volver a verte? ¿Por
qué quiero volver a abrazarte? ¿Por qué quiero volver a amarte?
¿Por qué, cuando he despertado y recuperé el sentido, y
me percaté de que estaba solo, me ha faltado el aire, por qué he sentido
arcadas de ansiedad? ¿Por qué?
Y para ser sincero contigo y conmigo mismo: ¿Por qué
estoy escribiéndote? ¿Por qué necesito hacerlo?
Tienes mi teléfono y sabes que puedes llamarme cuando
quieras. Si no lo haces, tras leer esta carta, lo entenderé. Paso de mandarte
whatsapps y mierdas de esas. Quiero escuchar tu voz cuando me digas que quieres
verme. Pero si lo haces, quiero advertirte, que nunca más te dejaré ir… sin que
te despidas.