Un texto inédito es publicado en la antología Visiones 1999, de
la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción, AEFCF: Lo extra
de lo intra.
Juan José Aroz, seleccionador de la antología, editor de
ESPIRAL- Ciencia Ficción
Se ha cerrado la convocatoria para la selección de relatos de
VISIONES y ya dispongo de datos totales. He recibido 162 originales de 50 autores, resultado que me da una gran
satisfacción.
En tu caso concreto, tuviste la amabilidad de remitirme un
relato que me resultó agradable de leer. Tanto la CF como la fantasía tienen
que sorprender un poco, con un argumento y estilo correctos, y eso lo encontré
en tu narración de título "Lo extra
de lo intra".
De los 50 escritores iniciales han sido rechazados, por
diferentes motivos, en una primera selección, 31 de ellos. Tu relato, sin
embargo, pasa a una segunda fase.
Bilbao,
10 de junio de 1999
Tu narración de título “Lo
extra de lo intra” ha sido elegida como una de las catorce que van a componer
el volumen de este año. Mi enhorabuena por ello.
Bilbao, 25 de
agosto de 1999
He conseguido incluir relatos
de ¡catorce escritores nuevos!, espero que cualquier aficionado encuentre entre
ellos varios de su gusto y que por vuestra parte os animéis a continuar
escribiendo y a fortalecer el género.
Bilbao, 20 de
septiembre de 1999
LO EXTRA DE LO INTRA
Jesús Fdez. de Zayas
1.
Sin control. Anarquía.
Anarquía total sobre las
acciones de todos los individuos que formaban la multitud de razas que poblaban
la biosfera subterránea de Jesan. Aquello no significaba caos, sólo incremento
radical de la responsabilidad en el funcionamiento interno de una civilización
que no distinguía entre pobres y ricos, sabios y sometidos, amos y títeres,
porque tal distinción no tenía lugar en la gran comuna.
Y así fue desde el principio,
desde que las condiciones de habitabilidad del planeta sugirieron a los
Creadores que aquélla debía centrarse en la modificación de las estructuras
internas del esferoide, haciendo que las casi infinitas grutas y cavernas que
surcaban su corteza se transformaran en vastas extensiones comunicadas entre sí
por conductos naturales que las conexionaran. Y el oxígeno puro que formaba la
atmósfera externa, demasiado nociva por ello, se mezclara, a través de simas
asifonadas, con el nitrógeno, gas subyacente mayoritario, en la composición
exacta para ser asimilable por los sujetos biológicos que pretendían incorporar
en su creación.
Y las criaturas jamás se
rebelarían contra el desorden establecido. Era un axioma existencial
generalizado.
Mas la libertad provocaba mutaciones
en los valores individuales, desavenencias extrañas, por raras, y por siempre
aislables. Era lo extraordinario de lo intráneo.
2.
El pie izquierdo dejó su huella
por enésima vez, tal como era tradición. Pero el pie izquierdo de James
Showinsky debutaba haciéndole sentir tan eufórico como Armstrong en el 69 del
siglo XX, aunque ya iba sobre aviso de que su peso no sufriría el mismo cambio
de aquél al salir de la nave.
Jesan era uno de los tantos
planetas externos al Sistema Solar que había estado en el punto de mira de la
filosofía terraformadora de los últimos cuatrocientos años. Y una vez
convencidos los mecenas pertinentes y traspasados los filtros impuestos por el
Gobierno Central, el proyecto pasó de documentos repletos de teorías a la construcción
de la innovadora nave exploratoria y a la elección y subsecuente preparación
fisicomental de los nuevos ícaros espaciales.
Cuando posó el derecho y el
traje compensó sus puntos de equilibrio, la flotación automática en vertical
gestionó todos sus movimientos.
Inmediata fue la corrupción de
su silenciosa soledad, pues bajando la rampa le seguían los demás comandantes
especialistas. Los retroimanes dirigibles les hacían parecer piezas de un
ajedrez en el que participaran dedos invisibles. Cada uno sabía que tenía que
completar su cometido con la máxima lucidez posible y, por ello, no se
arriesgaron a quitarse el casco de protección porque el exceso de pureza del
oxígeno de la atmósfera, característica clave que los había impulsado a aquel
primer lance exploratorio, les llevaría a la hiperoxia acompañada de un daño
irreparable en sus pulmones refrendado por una presión atmosférica superior al
límite terráqueo.
Las ciento treinta y dos
órbitas precedentes les habían probado que los telescopios espaciales colocados
en órbitas de diferentes planetas del Sistema Solar y las sondas enviadas una
década antes, habían mostrado una imagen del planetoide bastante fidedigna; y
habían dado lugar al estudio profundo de las anomalías magnéticas y gravimétricas,
para que no les cogieran por sorpresa los efectos sobre los movimientos
individuales de las unidades autónomas de rastreo, y al peinado de todos los
accidentes superficiales que podrían influir en los aterrizajes previstos para
el voluminoso laboratorio sideral.
3.
Kerdomine fracasó en sus
expectativas de no dejarse ver. Los gemelos la perseguían y ella, intentando no
emitir sonido alguno, espantaba las fuertes emociones que quebrantaban su
corazón, evocando recuerdos mágicos de la infancia.
Despertó de su ensoñación
cuando frente a ella, de pie, Soske y Fulka fisgoneaban en su mente intentando
vislumbrar ideas que los acercaran a su objetivo.
-¡Muy tierno! Pero ahora deberías colaborar
volviendo a la realidad antes de que decida estrujarte con alguna de mis manos.
O dejando que mi hermano haga ídem.
Se ocultó bajo sus propios
brazos, espantando con las piernas el no sé qué que la oprimía.
Fulka, exento de paciencia,
apartó los trastos del armario y se aprestó a apresar a la espantada. Mientras,
Soske, continuaba martilleando el aire con sus rechinantes carcajadas.
Kerdomine miró a su enemigo a
los ojos y supo al instante sus siguientes movimientos. Se escabulló entre sus
cuatro brazos y salió al pasillo despejado de la terminal del puerto de atraque,
uno de los infinitos que surcaban la tridimensión planetaria. Pensó que
correría y correría hasta llegar a uno de los nudos y, desde allí, arriesgarse
a dejarse succionar hacia la superficie.
Canturreaba mientras jadeaba y
hacía potencia en sus pulmones. Los pensamientos iracundos la entretenían y la
transtornaban: cómo poder apantallar su cerebro para aislarlo del resto, para
que nadie supiera cuáles iban a ser sus siguientes esperanzas.
Existía una posibilidad entre
un millón de que en su carrera contrarreloj alguna interferencia provocada por
el sistema de comunicaciones eclipsara los destellos que cualquier jesantano
pudiera recibir en su córtex. Y así, pasar totalmente desapercibida. Y así,
lograr contactar con los terráqueos que se habían posado justo encima de
aquella zona. Pero los vástagos de la oscuridad acechaban para derrocar su plan
meticulosamente urdido.
El lugar, el nudo, era un
hervidero de sensaciones, que iban desde la incredulidad hasta el desprecio más
absoluto hacia la traidora. El enigma que suponía la existencia de unas causas
justificables para aquel comportamiento tan indigno era el principal acicate
para que hubieran decidido no exterminarla aún. La negrura la frenó, la de los
ánimos ajenos: una marea de individuos imbuidos por el sentimiento de la
colectividad planetaria la observaba. Se ceñía en torno a ella sin atreverse a
tocarla. Temerosos de que si sondeaban demasiado en su psiquis pudiera
contagiarse el mal profanador.
Debía hacerles comprender que
no estaba allí por gusto y pensaba que hasta debían agradecer que corriera tal
riesgo.
Dierkisoisme se adelantó hasta
ella y gritó a la tridimensión lo que la tridimensión quería escuchar.
-¡¡¡Basta de malentendidos!!!
Tú sabes lo que queremos. Tú sabes las opciones. Si sales afuera sin protección
morirás, no inmediatamente, eso es cierto, y así te daría tiempo a cometer el
sacrilegio, pero lo letal del Vasto Océano te quemaría por dentro antes de que
pudieras transmitirles algún ideograma. Si lograras salvarte, porque tu rapidez
y concentración fueran ultraprecisas, algo que dudo conociendo las
características de los de tu especie, sabrás que te espera el borrado, para que
te reinsertes en la fecundidad de nuestra civilización, e igual les ocurriría a
los invasores.
-Dierkesoisme, ¿por qué no
ahora? -la vorágine de la masa sedienta de una disparatada injusticia clamaba
para que el peso de su sentencia aplastara sin demora la relatividad del error cometido
por aquella inconsciente.
-Porque la libertad existe,
aún, en Jesan. Y ella tiene la opción. Jesan prefiere que triunfe la razón, la
metódica razón de la lógica.
Kerdomine se notaba reflejada
en el conjunto. Su sensual aspecto aerodinámico, con su aterciopelada piel
dorada, los brillos que hipnotizaban en sus ojos, sólo dos, uno a cada lado de
su cara simétrica y huesuda, bípeda, con sus pies palmípedos y aventosados que
se ahusaban para hacerle veloz, y sus manos adornadas con tres finísimos dedos
prensiles, y uno que se les oponía sin falanges, la mostraban, a comparación
con los que la oprimían, extremadamente frágil, y más aún cuando un rayo de
tristeza surcó su rostro. Pues comprendió que, entre la mezcolanza de mentes
que la exploraba, un nada despreciable conjunto de iguales a ella la estaba
segregando sin dar la oportunidad que pedía a gritos. En ese preciso momento
decidió que estaba sobradamente dispuesta a caer en la lujuria de la rebeldía.
-¡Tú! ¡Dierkisoisme! El de la
estirpe de los mentecatos: ¡Púdrete con toda esta chusma! Pues has añadido a tu
ignorancia un castigo aún peor, el no pensar por ti mismo y, como todos los
demás, has caído en la ignominia del pecador. Y como yo quiero librarme de tal
honor, te dejo que obres, ¡que obréis en consecuencia! Como yo haré ahora mismo
defendiendo la libertad que, como tú has proclamado, me pertenece.
No hicieron nada por detenerla. Ella se desprendió de su postración y
corrió y corrió como nunca lo había hecho, como nunca nadie la había visto
antes. Y la barbarie la dejaba paso, una senda libre hacia el siguiente nudo de
succión, que la lanzaría al enfrentamiento con los que ella consideraba
víctimas de una confabulación y, por ello, merecedores de todo su apoyo.
4.
Casi no tuvo tiempo de
prepararse para reaccionar, pero lo cierto es que la aspiración por el gran
cilindro fue salvajemente poderosa. Cuando salió despedida hacia la oxidada
superficie y se vio gesticulando en una suerte de levitación, tuvo tiempo,
antes de posarse en el enrojecido manto, para lamer sus heridas, las erosiones
causadas por la fricción con el ánima de su particular cañón, el que la había
lanzado a una velocidad que hubiera destrozado a otro jesantano más voluminoso
que ella.
Aún en el aire, tuvo su primer
contacto visual con los “extraños”. Los vio desperdigados por la zona,
haciéndose cargo de sus artificios infernales, grandes aparatos de cuyo
funcionamiento y función ella lo ignoraba todo. Aún no sentía la opresión
diafragmática. Había calculado que tendría tiempo. Se había imaginado a sí misma
intentando comunicarse y sintiendo la impotencia del ser incomprensible. Los
dardos telepáticos serían lanzados tras el sondaje e hilvanados los ideogramas
para que se engarfiaran en las neuronas de aquellos receptores.
Poco menos de tres cabezas de landuj
para estar pisando tierra firme. Se inestabilizó un poco y estuvo a punto de
salir nuevamente despedida. La unión al Vasto Océano era casi nula, y recordó con
horror las últimas advertencias de Dierkisoisme, porque empezaba a darse cuenta
que comenzaban a ser certezas.
Afinó sus podos e imprimió
velocidad a sus extremidades para acercarse al primero de los “extraños” y
alertarle.
Le diría que pertenecía a la
raza de los Saucsshh y que había miles como ella bajo sus pies. Que venía en
misión de paz pero que todos los demás de su mundo habían decidido expandirse
por el Desconocido Vacío. Que necesitaban ampliar sus espacio vital y que, tras
profundos estudios de reconocimiento de todos los exploradores que habían
llegado a Jesan, se había sentenciado que los últimos, ellos, provenían de un
mundo edénico, de absoluta semejanza ambiental
y que éste sería, pues, colonizado próximamente, en el transcurrir de
las tres futuras generaciones.
Le pediría que huyeran,
inmediatamente, que se olvidaran de todo lo que les había traído allí, que
mejor era salvar la corta vida que aún les quedaba por disfrutar, y que
proclamaran en la Tierra, de la cual sabían todo gracias a la investigación en
sus propios registros mnemogenéticos, la existencia de vida fuera del Sistema
Solar, y que se prepararan para la próxima invasión, que aún tenían tiempo para
repeler a millones de telépatas, y que no conocía otra forma de ayudarles, pues
ignoraba la fórmula para conseguir el remedio para combatir la omnipotencia y
la omnisciencia.
Se azoró pensando en la
contestación a la irremediable cuestión del porqué. Les diría, pues se
imaginaba a sí misma comunicándose con más de un “extraño”, que no debían
considerarla una renegada. Que era suficiente con sufrir el castigo que esperaba
de sus coplanetarios cuando regresara. Que tenía sus razones. Quizás era
demasiado sensible y consciente de lo que debía de ser la Justicia, del
significado del etéreo Amor Universal que tanto le habían predicado cuando era
un cachorro. Que lo hacía por todo y nada. Quizás porque así tenía que ser.
Delante tenía a un ser que se
movía perezosamente y que lanzaba rayos de felicidad provocados por el
inminente acontecimiento de la descarga de un abultado armatoste cuyo
incrementado peso le quebraba los brazos. Lo sondeó imperceptiblemente y
dispuso que aquella piel que lo cubría no le pertenecía, que era una especie de
funda en la que se había metido para protegerse de las brasas que pugnaban por
fundirlo interiormente. Y tampoco el gran ojo, donde se veía reflejada y
deforme, estaba imbricado con la naturaleza de aquel ser. Lo desnudó
mentalmente de aquelos añadidos, y se extrañó de que no existieran señales del
conocimiento de su presencia por parte de lo que había catalogado como una
hembra, una hembra de una horrible especie.
Kerdomine gesticulaba, saltaba,
gritaba y hasta intentaba lanzar dardos telepáticos, pero todo era en vano. La
repugnante terráquea que tenía delante la estaba mirando directamente a los
ojos, pero atravesaba con ellos sus exoformas como si estuviera enfocando el
objeto de su atención más allá de ella, en el horizonte.
De pronto, levantó una de sus
extremidades y la movió en abanico, a forma de saludo. La jesantana miró a su
espalda y allí había otra forma que avanzaba hacia ellas lenta, cansinamente, y
que imitaba el saludo como respuesta cordial al primero.
Kerdomine se distrajo en tal
observación esperando que cualquiera de los dos seres emitiera algún tipo de
sonido que confirmara lo que ella ya leía en sus mentes.
5.
Sandra bajó
su brazo y esperó que Sri Dusyanta levantara el suyo como signo de
entendimiento. Habían notado que esta forma de comunicación era más sencilla
para sortear las dificultades de las últimas interferencias en el sistema de
radiocomunicación.
Ambos habían depositado sobre la
superficie los valiosos aparatos de seguimiento sismográfico y, siguiendo las
órdenes del jefe de grupo, volverían a la nave para activar las cargas de
profundidad que los demás habían diseminado en unos cuantos kilómetros a la
redonda. Éstas llevaban cerca de dos horas atravesando en barrena la corteza en
busca del supuesto límite nuclear. Cada una con su pequeña carga atómica que
explotaría a intervalos diferentes para poder discernir la existencia de las
distintas ondas sísmicas y estudiar la naturaleza de las capas surcadas por las
mismas. Se tenían que dar prisa pues la primera estaba a punto de sacudir el
terreno, y lo penoso de su escasa agilidad hacía temer que les sorprendiera
fuera del abrigo de los potentes aceleradores antigravimétricos del crucero
estelar.
Se cerraron las esclusas cuando
el último tripulante entró en la sección presurizadora y dio al registro
ambiental su nombre y clave de seguridad. El gigante sufrió entonces una ínfima
agitación que pregonaba el inmediato despegue y subsiguiente situación de
levitación estabilizada a poco más de dos metros del piso planetario. Allí se
fijaba el puesto de observación a la espera de que todos los temblores
terminaran y de que los receptores de a bordo hubieran confirmado la
transmisión de datos de los sensores superficiales.
Al unísono, Kerdomine yacía con
una desilusión más que añadir a su vapuleado ánimo. Los ardores punzaban en
todos y cada uno de los invisibles poros y no sabía si achacarlo a los mil
veces sermoneados efectos del aire que respiraba o a la violación que había
experimentado minutos antes, cuando el torpe cuerpo del “extraño” la había
sorprendido en su trayectoria de huida hacia el ingenio metálico que estaba
engullendo uno tras otro a los de la doble piel.
Experimentó un dolor intenso,
un espasmo en cada una de sus células, cuando se veían ocupando el mismo
espacio de las del otro, cuando sus dos corazones rozaron las arterias del más
simple del otro, y cuando ambos cerebros se solaparon un instante, un ínfimo
lapsus en que las materias se eclipsaron mutuamente.
Y, sin embargo, para Kerdomine,
el espeso despertar de los sentidos se vio disociado de la indiferencia
aparente evidenciada en los movimientos y plenitud sensorial del “extraño”, que
se había paseado a su antojo por su afilado cuerpo, que la había agredido en su
intimidad.
Sri Dusyanta no era tan
insensible como ella creía. Bastó un femtosegundo para que sus capacidades
extrapsíquicas se dispararan y dieran la voz de alarma sobre algo que era, para
los demás comandantes, más que discutible.
6.
Los jesantanos debían de estar
locos si pretendían que su intramundo no fuera descubierto. Y esa locura
generalizada existía en tan alto grado que se transformaba en una genialidad
innata que viraba los esquemas de las leyes del Universo.
Sabían, por ejemplo, que si los
invasores descubrían una severa discontinuidad en las propagaciones de las
ondas longitudinales y transversales desde los hipocentros creados por ellos
artificialmente, podrían sospechar y calcular las magnitudes reales de los
vaciados concéntricos subterráneos. Y de esto al afán exploratorio había un
solo paso. Y continuarían con el salto al riesgo de lo desconocido que todo
pionero ejecutaba cuando el balance entre el surtido de adrenalina y la
ebullición de los fluidos vitales descompensaba el equilibrio de la lógica y de
la ética de sus actos.
La similitud con sus propias
ambiciones era tan manifiesta que había algunos jesantanos que tendían a sentir
ciertas simpatías por los “extraños”, no de forma tan radical como Kerdomine, y
sí de manera más egoísta, pues buscaban aprender los postulados de la infamia
que había impregnado la mayor parte de su reciente historia civilizadora.
Las falaces simulaciones del
continuum espaciotemporal las concretaron en materialización de energía. Las
ondas sísmicas atravesaban materia, pura y dura roca, pero sólo lo hacían de
cara a los medidores sismográficos, porque cualquier observador, en la
ignorancia de las evocaciones relativistas, hubiera jurado que sólo la luz pura
se dejaba contaminar por dichas vibraciones.
-Me lo temía -dijo Showinsky,
alternando su atención entre la pantalla holográfica que tenía delante y los
nueve pares de ojos que le atendían-. Estaba convencido que Dusyanta estaba
equivocado en sus apreciaciones.
-Pero se merecía el beneficio
de la duda -aportó Sandra Gentoild, la única de las cinco mujeres que sentía
atracción física por el hindú.
Sri Dusyanta callaba pensativo.
Nadie le podía negar que ahí fuera, embutido en su escafandra, había sentido
algo muy especial y que, aunque indemostrable, le daba una certeza interna, a
nivel espiritual, de lo que, si insistía, se podía calificar como herejía
científica.
-Sandra, no hace falta que me
defiendas. Espero que jamás nos arrepintamos de lo que, tras las últimas
pruebas, vamos a hacer.
-¡Comandante! Todos, aquí, en
este momento, le respetamos. Pero no siga explotando su vena de profeta porque
del respeto se puede pasar a la burla, primero, y a la segregación, después. No
creo que nos arrepintamos, en general, me refiero; la realidad está ahí, en los
datos: no hay nada en este planetoide que nos ate a continuar en él. ¡Está
muerto!
Los demás asintieron con las
frentes fruncidas por la sonrisa. La comandante Gentoild estuvo a punto de
volver al contraataque dialéctico, pero Showinsky retuvo su mirada sobre ella
remarcando el gesto negativo de su testa. Sandra desistió y con una última
ojeada a Sri Dusyanta, giró sobre sí misma y abandonó el grupo para dirigirse a
sus aposentos.
Otra hembra, a cincuenta metros
en línea recta, lloraba por Dusyanta. Plegada sobre sí misma, revolcada en el
rojo polvo superficial, y con los pulmones desgarrados de oxígeno puro, asimiló
su fracaso y su próxima disgregación. Allí, casi cercenada, pero con sus
capacidades ultrapsíquicas aún intactas, fue testigo de la impotencia del otro
ser que, como ella, había idealizado una existencia de ruptura, de compromiso,
de solidaridad. Allí, sabiéndose ignorada, y a punto de entrar en el repudio
eterno por sus prójimos, le fue legado el dudoso privilegio de sentir dilapidados
sus sueños por las últimas palabras de la desesperanza.
Showinsky, de común acuerdo y
adelantándose a lo inevitable, no tuvo más remedio que pronunciar, con la voz
transformada en rabia, tres únicas frases que llegarían al fondo de los
corazones de los presentes:
“Base Jesan llamando a Cabo
Kennedy. Fracaso total. Otro planeta estéril.”